RECUERDOS DE OTOÑO
Martín Simón Martínez

Publicado en el número 47 de la revista Argutorio, 2021.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=8240498
Abandona nuestro amigo, después de la sistia, el hogar y emprende lentamente la marcha con Rucio, su compañía inseparable, hacia las eras del Alicreigo. Aquí, se encuentra con Cleto, que llega renqueante apoyado en su cachava repicando con las galochas. Este, ya centenario, tapa sus escasos pelos con una boina muy sobada; es más bien bajo, algo encorvado, de tez morena, con los ojos como dentro de unas cuevas y con un mentón que se quiere salir; algo serio y escueto en la conversación, pero lúcido y seguro en sus dichos y recuerdos.
- Buenas tardes – se dicen los dos a una.
- ¡Qué pocos vamos quedando en el pueblo! –se lamenta con melancolía Conia.
Allí, a la sombra de la caseta, se sientan mientras Rucio corretea hacia los pilones husmeando de aquí para allá en busca de algún entretenimiento. Las hojas de los chopos, adivinando el otoño, decoran con una alfombra de tonos amarillentos y ocres el suelo de la era.
¡Chacho! –exclama Cleto, y comenta con tristeza-: ¡Qué bullicio de gente había en otro tiempo por eiquí! Los mayores trajinaban con sus carros en las labores del campo, los rapás corríamos y nos entregábamos a los juegos por estas praderas y en las eras del Cristo nos peleábamos por conseguir un garabito y colocarlo en la última argolla de la cadena de la ermita, y… ¡abajo, arriba! ¡abajo, arriba!… mientras la campanina, obediente, lanzaba al viento: pendángola, pendángola…
Los dos, dejando atrás sus recuerdos, deciden abandonar las eras e irse al habitual corrillo.
– ¡Coiro!, está llena la calle de cagayas –dice Cleto con un cierto enfado, y continúa-: ¡Mira que se le ha dicho al pastor que no entre por el pueblo con el rabaño…!
– Hasta los años setenta –matiza Conia-, las cortes de las ovejas, en ocasiones, se hallaban en el interior de la aldea y eran frecuentes estas cagarrutas; en este caserón de la plazoleta, ya recuerdas quien guardaba sus ovejas: el tío Leche.
– Sí, Conia, sí. No se me ha olvidao –dice Cleto, y precisa-: Entonces vivíamos de la labranza y del ganao…
Dirigen sus pasos hacia el rincón soleado y de amplio corredor de Blas y Clara, contiguo a la escuela, donde acuden los vecinos y algún que otro veraneante rezagado.
Al pasar ante el taller de Venancio, y viendo la puerta abierta, se asoma Conia y dice:
– ¡Buenas tardes, amigo! ¿Cómo va ese trabajo? ¿Hay mucha tarea?
El carpintero, experto en el oficio heredado de su padre, el tío Raimundo, se afana en la colocación de los clavos a unas puertas carretales.
– Estoy, tío Conia, concluyendo estas puertas de negrillo para el tío Alejandrón. Él, como buen maragato, me solicitó que llevaran los herrajes tradicionales. Así que acudí a la fragua de José Ares, de Valdespino, le hice el encargo y esta es la obra que me ha entregado: la falleba, los clavos que estoy terminando de asentar, los ángulos ya puestos, la chapeta y la cerradura. ¿Qué les parece?

