LOS GALOCHEIROS DE MARAGATERÍA: CHANA DE SOMOZA
¡Qué bella mañana! –exclama Conia, al salir a su corredor. Y, absorto por tanta belleza, continúa-: El sol ya inunda el corral, los pájaros revolotean entre los árboles e anegan de alegría con sus cantos y, por si no fuera suficiente, llegan ráfagas perfumadas de las rosas del jardín. ¡Es un encanto!
– ¡Abuelo…! – es la voz de su nieto que lo arranca de aquel embeleso.
– Buenos días, Lucas. Ahora bajo a desayunar, estaba medio aturdido contemplando el nuevo día – contesta con dulzura.
– Pocos minutos después, entra Conia en la cocina y se acomoda a la mesa ante la cazuela de barro con su desayuno preferido: sopas de ajo, preparadas con esmero por su hija Luisa.
– Me ha dicho mamá que cuanto te levantaras me fuese a la huerta a ayudarle – apunta el nieto.
– Gracias, Lucas. ¡Qué nietecito tengo más amable y cariñoso! – dice Conia, todo satisfecho, y agrega-: Acércate a casa del señor Cleto y dile que me voy de paseo a las eras.
Abandona nuestro amigo, al finalizar el desayuno, el hogar y emprende,
lentamente, la marcha con Rucio, su compañía inseparable. Al llegar a la plaza, se encuentra con Cleto, que viene repicando con su calzado de madera y apoyado en su cachava. Cleto, hombre de mucha edad, centenario, tapa sus escasos pelos con una boina muy sobada; es más bien bajo, algo encorvado, de tez morena, con sus ojos como dentro de unas cuevas, aunque aún astutos, su mentón se quiere salir, algo serio y escueto en la conversación, pero muy seguro en sus dichos y recuerdos.