
La hierba constituía el alimento básico del ganado vacuno, equino y ovino. Para que hubiera una abundante cosecha era necesario el riego de los prados, praos, y por lo tanto había que disponer de un sistema cuidado de presas y zayas (canales) que suministrasen y condujesen el agua. Cada pago disponía de su trancada y su canal y había que tenerlos en buen estado para que el agua fluyese sin obstáculos. Los propietarios del bago, en hacendera, a la llegada de la primavera, acondicionaban la presa o la rehacían si las enllenas (crecidas) del invierno las habían derruido y repasaban la zaya eliminando cañas, zarzas, arena o piedras que las crecidas invernales habían depositado. El prado bien cuidado, con un buen sistema de regueros que distribuyese el agua y limpio de hojas, proporcionaba abundante y buena hierba a su dueño. Éste, sabedor de la importancia del agua, mimaba el riego durante la primavera, acudía al prao hasta por la noche o eran sus hijos quienes cumplían el encargo al salir de la escuela.
En primavera, ciertos praos cercanos al pueblo, abrigados y soleados y bien abonados proporcionaban buena y abundante hierba, el verde, que se iba cortando paulatinamente y en casa, mezclado con el heno, constituía un excelente alimento para vacas y corderos.
Próximo ya el verano se comenzaba en los prados y praderas de secano la siega de la hierba, más exigua debido a la peor calidad de los terrenos y la escasez de agua. Celebrada la fiesta de san Juan se daba inicio a la siega de los praos del río, con dos cosechas (dos pelos): la hierba ahora y el otoño en septiembre. El corte se hacía a guadaña. Acompañaban a ésta el martillo y la bigornia para su picado y, colgado del cinto, el carcaixo o cachoupa con el agua y la piedra de afilar. El segador, para que su trabajo fuese lo más descansado y eficaz posible, preparaba la guadaña el día anterior o durante la faena, si era preciso. Se sentaba en un lugar firme y, después de clavado el yunque, procedía sobre él a darle un buen picado a la hoja. Con el guadaño preparado se iba al amanecer al prao y comenzaba la tarea.
La hierba cortada, al caer, iba formando unas hileras, los maraños. A media mañana venía la mujer o algún hijo pequeño con las viandas, se sentaban a la sombra y tomaban las diez, como se decía: pan, algo de tocino o embutido, cebolla y la bota con vino. Al reiniciarse la faena, la señora, ayudada por algún hijo, procedía a arramar la hierba para que el sol la fuera secando y el marido continuaba la labor hasta dar por concluida la siega del prao. Durante dos o tres días, a veces más si se hacía presente la tormenta, se volteaba el heno dos o tres veces diarias mediante un palo volteador para que su secado fuera más rápido y uniforme. Cuando el heno estaba en su punto, se juntaba en dos montones alargados y separados para que entre ellos pasase el carro y pudiese cargarse desde ambos lados. La pareja con el carro, equipado de varillas y baranda (bastidor trapecial formado por cinco tablas, las laterales más largas) para alargar la base del carro, era guiada hacia las parvas y se iniciaba la carga del heno mediante la forcada de dos dientes. El marido, generalmente, lo iba arrojando al carro y la mujer, subida en él, lo distribuía atendiendo las indicaciones de aquel para conseguir la mayor cantidad posible. Mientras tanto, los hijos u otro familiar iban recogiendo los restos de hierba con el rastro. Cuando la carreta se completaba, el hombre le acercaba a su mujer unas cañas largas de humeiro que había cortado previamente y ella las colocaba longitudinalmente con las ramas hacia la cabecera y hacia atrás; le arrojaba la soga recogida y la señora iba dejando caer el extremo para que aquel la fuera enganchando a los espigos de las varillas o varillones, adelante y atrás y a ambos lados. Una vez puesta la lía, la esposa descendía ayudada por su marido, y, una vez en el suelo, concluían el apretado de la luria entre los dos cuanto podían (uno tiraba fuertemente y mientras el otro sujetaba).
Para finalizar colocaban un cordel atado a media altura a la soga de un lado y lo pasaban al otro, tanto por delante como por detrás, para que quedase más segura
la hierba. El segador cogía la guiada (aguijada) y animaba a la pareja de vacas para que comenzase a mover el carro y así dirigirse al pueblo, al pajar. Una vez en éste, se colocaba el carro paralelo a la puerta o al boquerón, se calzaban las ruedas y se desataba la soga (otros ponían el carro perpendicular al hueco, soltaban la pareja y, apartadas las vacas, se empicaba el carro). Ahora comenzaba el trabajo inverso, la esposa sobre la hierba del carro, comenzaba a arrojar el heno al boquerón, y el marido desde éste lo empujaba hacia el interior y los chavales, entre risas y juegos, lo iban colocándo y encalcándolo con sus pisadas. Así, prado a prado, repitiendo siempre la misma faena, obtenían con mucho esfuerzo, sudor y polvo el alimento invernal de su ganado.