Muchos habitantes de La Somoza han escuchado hablar del General Cabrera, del arriero Cordero o de la familia Panero: todos maragatos ilustres. No obstante, esta comarca se ha forjado gracias a la existencia de otras muchas personas, la mayoría de ellas anónimas. Por ello quería rendir homenaje a estas personas, dejando en este blog algunos fragmentos de su existencia. Y desearía que tu también lo hicieras: aquí tienes siempre una página en blanco para rellenarla de vida, si es posible, maragata. Quería comenzar con Pablo Martínez, mi bisabuelo. Para comenzar escribiré un relato, real, escuchado desde siempre a mis abuelos. Pablo nació, como él decía, en el año de los tres ochos, 1888, pero también aquella noche: Aquella noche, Pablo, tras ver puesta la última piedra del Molino se sentó bajo el quicio de la puerta. Observó el río y pensó que aquel agua que corría hacia el mar le daría de vivir. Al rato, su suegro, se acercó y se sentó en el poyo de enfrente. Le miró a los ojos. Luego al río. A continuación al molino. Después al camino. Movió la cabeza de izquierda a derecha y, sin separar la mirada del suelo, dijo a Pablo: hijo, el río, con su fuerza, te llevará los cuartos aguas abajo. Pablo miró fijamente a los ojos a su suegro y, si decir nada, sonrió. Acto seguido se levantó y abrió las compuertas. Pasaron los días y llegó el verano. Creció el cereal y, con el estío, el trigo se convirtió en harina. Y ésta se hizo pan. Y transcurrieron los años y, con ellos, las siembras y, tras ellas, las moliendas. Otra noche, Pablo, dejó que la turbina y el agua jugaran moviendo la muela. Salió a descansar a la puerta y dirigió sus ojos al río: le lanzó una sonrisa de agradecimiento. Al rato salió su suegro. Se sentó enfrente. Miró a Pablo. Bajo la cabeza. Pablo levantó los ojos hacia el padre de su mujer. Y le dijo: ahora el agua trae los cuartos río arriba. Se levantó, y mantenido la sonrisa, entró a mover los sacos de harina.
PABLO MARTÍNEZ

