Este trabajo fue publicado en julio de 2016 en la Revista Cultural «Argutorio» .
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LABORES ESTIVALES
EN MARAGATERÍA
Martín Simón Martínez
Tarde tranquila, luminosa, de cielo diáfano y atmósfera sonora de un día de julio que muere lenta y lánguidamente. Los veraneantes regresan del paseo vespertino y se dirigen, como de costumbre, a la plaza del pueblo. Se acomodan en el banco de piedra y prosiguen con la muy animada y amena charla.
¡Cuántas historias habrán escuchado estas piedras de mozos y mozas, de mujeres hilando o haciendo calcetín…!
Se aproxima uno de los hombres más maduros del pueblo, el tío Conia: alto y fornido, algo encorvado por los años, de ojos francos y vivarachos que conversan hasta cuando no hablan, animoso, alegre, de verbo abundante y fluido. Es una delicia participar en su conversación.
– ¡Buenas tardes, tío Conia! Siéntese con nosotros y háblenos de las quehaceres de las gentes de su tiempo – le saluda con afecto Chirri, uno del grupo.
– Muy buenas nos dé Dios – responde él, mientras se acomoda en el banco, y agrega-: ¡Qué tiempos aquellos! ¡Cuánto había que trabajar…!
– No había descanso – El abuelo hace una pequeña pausa y continúa con gozo el relato de sus recuerdos-. La hierba la teníamos en casa, había años en que el día de san Pedro ya estaba en el pajar.
Comenzábamos julio con las facenderas. Al despuntar el día, nos reunía el toque de campana, había que proceder a la reparación y acondicionamiento de presas y zayas que permitiesen el riego de otoños y linares. Acudía una persona por familia, generalmente el hombre; la mujer se preocupaba de la casa, de los hijos y de despachar los animales.
A media mañana concluía la hacendera, el trabajador se encamina a la finca donde ya su familia se encuentra: hay que cavar las patatas y, pasados unos días, preparar los sucos para el riego: asucarlos. ¡Cómo dolían los riñones! – decíamos nosotros.