Santo Toribio de Astorga, fue un obispo de la diocesis de Astorga durante el siglo V, posiblemente nació hacia el año de 402 en Galicia y murió en el 476 en Astorga, por lo que tuvo una longeva existencia para la época, ya que la esperanza de vida posiblemente fuera de unos 50 años.
En sus comienzos en Galicia repartió entre los pobres sus posesiones y perigrinó hacia Tierra Santa, ya en Jerusalén se ganó el aprecio del Patriarca Juvenal siendo nombrado sacristán mayor de la iglesia del Santo Sepulcro.
A su regreso a la Península Ibérica, paso por Roma, en donde conoce al papa León I Magno, el cual le nombro archidiácono de Tuy donde fue posteriormente nombrado sacerdote.
En el año 444, fue nombrado obispo de Astorga, aunque fue acusado de un crimen de adulterio por el arcediano Rogato, un ambicioso diácono de Astorga, que pretendía aquélla cátedra, y el santo obispo, inspirado de Dios, se justificó plenamente. Porque habiendo ido a su catedral, un día de grande concurso dijo al pueblo la necesidad que tenía de volver por su honra y con muchas lágrimas pidió al Señor que deshiciese aquélla calumnia. Luego mandó traer al altar un brasero, y tomando en sus sagradas manos las ascuas encendidas, las envolvió en el sobrepelliz que traía puesto, y entonando el salmo de David, que comienza: «Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos», rodeó toda la iglesia llevando las ascuas en el roquete; y todo el pueblo vio por sus ojos como ni el roquete ni las manos del Santo padecieron ninguna lesión de fuego, pues no quedó de él ni la más leve señal. Asombráronse todos de semejante maravilla, y el calumniador confesó a voces su pecado, y cayó muerto en la iglesia.
Una vez ya obispo de Astorga remite una carta al papa León I exponiendo su preocupación por el resurgimiento del Priscilianismo, una heregía que tuvo gran auge en toda España y principalmente en el noroeste. Ante esta misiva, el papa le encargó la celebración de un concilio del que no hay constancia histórica de su celebración (algunos autores lo sitúan en torno al año 447), con el objetivo de excomulgar a todos los obispos que no condenasen dicha herejía. Ello le valió las iras de pueblo y clero, hasta el punto de tener que retirarse de nuevo a Tuy.
Años más tarde, sufrió las persecuciones de Teodorico II, debiendo refugiarse en la región asturiana de Monsacro. De vuelta a Astorga, falleció en el año 476. Sus restos fueron trasladados alrededor del siglo VIII al Monasterio de Santo Toribio de Liébana junto al Lignum Crucis (que había traido de su estancia en Jerusalen), con el fin de ser protegidos del avance musulmán.
A esa sazón, murió el Obispo de Astorga; y todos pusieron los ojos en santo Toribio, el cual aunque mucho se resistió, hubo de rendirse a la voluntad divina. Entonces fue cuando le acusó de un crimen de adulterio, un ambicioso diácono de Astorga, que pretendía aquélla cátedra, y el santo obispo, inspirado de Dios, se justificó plenamente. Porque habiendo ido a su catedral, un día de grande concurso dijo al pueblo la necesidad que tenía de volver por su honra y con muchas lágrimas pidió al Señor que deshiciese aquélla calumnia. Luego mandó traer al altar un brasero, y tomando en sus sagradas manos las ascuas encendidas, las envolvió en el sobrepelliz que traía puesto, y entonando el salmo de David, que comienza: «Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos», rodeó toda la iglesia llevando las ascuas en el roquete; y todo el pueblo vio por sus ojos como ni el roquete ni las manos del Santo padecieron ninguna lesión de fuego, pues no quedó de él ni la más leve señal. Asombráronse todos de semejante maravilla, y el calumniador confesó a voces su pecado, y cayó muerto en la iglesia.