UN LIBRO CON MENCIÓN DE LOS MARAGATOS EN EL S. XVIII

Vamos a comenzar con una relación de libros históricos que hacen mención a los maragatos, en éste caso se trata de un libro del S. XVIII, más concretamente publicado en 1792. El libro se

Portada del libro D. Quixote

Portada del libro D. Quixote

titula «Historia Fabulosa del distinguido caballero don Pelayo Infanzón de la Vega, quixote de la Cantabria» por Don Alonso Bernardo Ribero y Larrea (Cura de Ontalvilla y despoblado Ont anego en el Obispado de Segovia).

El autor de este libro, D. Alonso Bernardo Ribero y Larrea, es natural de Santander, esta obra, que toma como punto de arranque la obra cervantina, se caracteriza por cierto carácter de crítica antinobiliaria y por la propuesta de la nación británica como modelo de organización social.

[páginas 295 al 299]

CAPITULO XXII

Prosigue su viage Don Pelayo y se encuentra con un desertor camino de Lavaxos.

Refiérese en aquesta historia, tan delicada como verdadera, que á la mañana siguiente se despidiéron los dos Caballeros medio compatriotas deseándose mutuamente un viage felicísimo. Dexemos nosotros por ahora al Señor Don Celedonio Castejon de Velasco, sobrino de los Señores Velascos, que son tan conocidos digo que le dexemos llegar á pie á Santoña, porque no le faltarán ratos bien malos, y aun serán peores los que tendrá que sufrir ántes de coger la herencia de su tio, que le llamaba desde Chile y sigamos al Caballero Don Pelayo, que es el personage primero de esta fábula, el qual salió con su criado Mateo camino derecho de Lavaxos, y á poco trecho de la Villa de Arévalo le dixo á su amo: Vusté non habrá fecho reparu, Señor mi amu, de aquel corru de Maragatos que estaben á la puerta del meson del Zurrador de Toro. Bien los he visto, Mateo, dixo Don Pelayo. Pues, Señor, prosiguió Mateo, yo como non había visto en toda mió vida Maragatos, como los vi con aquellos calzones de estameña negra anchos, folludos, y vestidos todos ellos de una manera misma, y reparé que estaben mas de catorce rodeados falando de sos coses, discurrí para conmigo: Estos son Frayles, y ansí llegándome á un dellos quitada la montera, empezé á falay con bastante miedu, diciendo: Dígame Padre Fr. Antolin, ó Fr. Bonifacio, ó como yé la gracia de su ausencia, ¿per onde se vá para el mesón del Zurrador de Toro? lili pensó que yo estaba faciendo burla, y alzando una de les manes que tenia metida entre les faldes, dióme tal torriscon tras de una oreya, que di dos güeltes en redondo, y fui á caer dientro de la puerta del meson mismu, y al tiempo que caí tan llargu como soy agora, dizme el picaron: ya estás en el meson, amigu miu, otra vez non te burles con los Maragatos.

Llevan teme como pudi, y quando llegó Vusté ya estaba yo algo sosegadu, que si Vusté acierta á llegar al mismu tiempu, hay una de los diablos. Harto fuera que se le olvidara el torniscon al Maragato, dixo Don Pelayo. El no hallarme en el lance fué la causa el tener que detenerme para que bebiera el potro, y ahorrarte á tí el trabajo de llevarle al agua; que si no, hubiera por fuerza presenciado el lance, y no sé yo en que parara la fiesta de este dia. Pues, Señor, non paró en aquesto el cuentu, prosiguió Mateo, porque lo que yo mas sentí fué que nin por Dios, nin por los Santos, me diéron llicencia para meter el potru en corral con los sos machos; y ansí tuvo que estar el probe al frescu toda la noche, y á min non pudo ménos de facéme mal tamien el ayre, porque me arresquema la oreya bravamente. Yo quedé plasmau con tantu como relataben estos Maragatos, y facin lo que querin, como si estuvieren en casa de so suegra. Has de saber, Mateo, dixo Don Pelayo, que en toda esta carrera que viene de Galicia tienen los Maragatos un casi señorío en todos los mesones; porque como jamas faltan de ellos Maragatos, y de las demas especies de arrieros no se ven todas las veces, resulta de esto el que se apoderan de las quadras y cocinas; y tú mismo parece que has notado el mal humor que gastan siempre, lo pronto que se enfadan, y lo poco que rien, baylan y se divierten, pues parece que aquel traje les infunde una seriedad notable; y desde luego digo que de todos los hombres Españoles el mas serio es el Maragato. Decia mio agüelu (que entendia munchu de coples) que habia habido en otro tiempu un Rey Maragatu: ¿yé verdá, mi amu? preguntó Mateo á Don Pelayo. ¡Que habia de ser verdad, pobre inocente! respondió su amo. Tú habrás oido decir que tuvimos un Rey que se llamaba Mauregato, y le equivocas con los Maragatos. Eso seria, Señor, respondió Mateo, y creo que non fué nada fidalgu.

En eso te engañas, díxo Don Pelayo, porque para ser muy noble bastábale ser hijo natural (como así lo era) del Rey Don Alonso el Católico, descendiente legítimo de los Reyes Godos; pero si quieres decir que no obró Mauregato como solemos los fidalgos, no vas fuera de camino, porque quiero que sepas (como Asturiano que eres porque á tí te importa) que este Mauregato llegó á ser Rey en España por un medio el mas infame, que fué concertarse con el Rey Moro, y convenirse en que le pagaría cada año un feudo ó tributo de cien doncellas Asturianas, si le ayudaba á coronarse; todo lo qual llegó á efecto, y Mauregato dexó muy tiznada su memoria. Valientes simpliquines pudin ser les rapazuques disi tiempu, dixo Mateo á su amo, que se marchaben con los Moros como si se fuesen con soldados. Si hoy pretendieren eso, non lo conseguin pocu nin munchu, porque hay unes mozones medio arrevalgades, y el que les llegue á tentar les barbes ha de tener brios. En estas conversaciones sazonadas iban divertidos amo y mozo quando llegó á ellos un soldado, […]

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